Punto
Y no logré todavía recordar aquellos versos,
o aquellos días.
No fui capaz aún de atrapar aquel momento.
Y no logré superar las viejas rimas,
ritmos nuevos.
Y no fui nunca el poeta de las calles,
de los sueños, de tu cuerpo.
Ni siquiera de las noches,
del amor o del recuerdo
de la noche pasada enredando
nuestros cuerpos.
Y no pasé jamás de enhebrar algunas coplas,
pareados o tercetos.
Jamás una gran oda.
Ni siquiera un buen soneto.
Y no respeté jamás las métricas, las rimas, o a los viejos.
Y escribí siempre sin pensar,
sin revisar,
sin lograr más que bosquejos.
Y eso que tuve ganas,
que hice más de un intento.
Que intenté dejar guardados mis secretos por más tiempo.
Que leí
y releí
con la paciencia de los viejos,
de los que están cansados,
de los que se saben muertos.
Y las palabras brotaron de mis labios,
de mi pecho, de mis dedos,
de mis sesos,
de mi mente que vaga,
que divaga
y vuela lejos,
muy lejos, por debajo de los mares,
enredado con el tiempo,
atravesando montañas,
nadando entre desiertos.
Montado en algún viento recargado de recuerdos.
Y no sé si es una canción,
o si era prosa,
o si era verso.
O simplemente la rima machacona,
el ritmo ramplón, sencillo y facilón de no pensar jamás,
de sólo dejar volar los dedos.
Y me empeño en buscar una frase,
o esa frase.
Palabras hilvanadas que cierren este desbarajuste
de secretos desvelados, de adolescente con complejos.
Un punto final, o un punto aparte,
o esos puntos suspendidos en las cosas que no dije,
o las que ahora pienso.
O al menos una coma, un interrogante,
que cierre la pregunta que no hiciste,
esa que aún te debo.
Y no lo encuentro.