Slow movement
Viento. El gallo cantó. Sensaciones agoreras. De repente, dos violines. Sotto voce. Sonidos graves barren como olas las locuras que ocupan mi pensamiento. In crescendo. Suavemente.
Poco a poco. Muy despacio, voy entendiendo lo que hace nada eran palabras sueltas. Toman la claridad de versos. La clarividencia de no entender lo que sucede. Algo más. Espara... Sí. Ya lo entiendo.
Las violas entran. Floreciendo. Entregándose. Creciendo. Más agudo.
Segundo canto. Se detiene el tiempo. El primer violín. In crescendo. Lo que hace nada era un instante se revierte en un momento. Lo que pudo ser no será de nuevo.
Rimas. Ritmo. Sonidos que me inundan. Mi alma. Mis secretos. Ritmos repetitivos.
Sueño.
Cansancio acumulado. Peso. Cómo pesan mis huesos. Ilusiones de guitarra. Estrellas. Besos. Ronquidos constreñidos, contenidos, arrítmicos. Y súbitamente...
Tercer canto. Mala hora. Locura inacabable de palabras sin motivo. Que buscan tu sonrisa. Tu risa.
Elegías complicadas por la intención de llegar más lejos. De explicarme. De entenderme. De dejar volar los dedos sobre un teclado incansable pero agotado de estos versos, de estas rimas, de este ritmo sin complejos. De estas copas, de este sentimiento incierto y agotado, de esta sensación que surge, que erupciona, que me sale desde dentro. De esta consonancia que no hace nada más que provocarme nuevos otoños, nuevos veranos, nuevos credos.
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